domingo, 13 de febrero de 2011

medicina

Autor: Eduard Punset 13 Febrero 2011

Sigo reflexionando sobre el alcance popular de la inminente digitalización de la medicina que he podido vislumbrar en Estados Unidos. La medicina está tan carente de adecuación al mundo moderno como el propio sector educativo.

Mi padre era médico rural de los de antes. La medicina entonces empezaba con pedirle al paciente que sacara la lengua. Era el state of the art. El mismo médico sabía de partos, que aplicaba a los gitanos que deambulaban por el río y a la gente del pueblo a los que el autobús solo llegaba una vez por semana. No había tiempo para ir a dar a luz con un autobús que tardaba tres horas en recorrer 40 kilómetros.

La práctica de la medicina que conocemos es la que habíamos ideado para el mundo antes de la globalización. Es una medicina basada en el tratamiento de las enfermedades. Pero lo que buscamos ahora es una medicina basada en el fomento de la salud y el bienestar. Una medicina sin hilos ni suturas, basada en la continuada vigilancia digital.

Será esa vigilancia digital la responsable de prevenir que la acumulación de la demanda de prestaciones sanitarias colapse el sistema. Las políticas de prevención asumirán el grueso de la responsabilidad sanitaria. Solo en los casos en los que las medidas preventivas hayan demostrado su ineficacia se recurrirá a la prestación sanitaria propiamente dicha.

La lección de anatomía del Doctor Nicolaes Tulp, del pintor holandés Rembrandt van Rijn (imagen: Wikipedia ).

La medicina es un foco de vocaciones innumerables y de puestos de trabajo que difícilmente pueden disminuir a medida que aumenta la esperanza de vida. El cambio que viene consistirá en conseguir que ese foco y esos puestos de trabajo iluminen y ocupen a profesionales empeñados no tanto en luchar contra las enfermedades con las últimas tecnologías como en garantizar la salud y el bienestar.

¿Qué comportamientos de la clase médica y de los pacientes deberán modificarse? El médico deberá saber empatizar con los pacientes; es decir, entender sus sentimientos y no solo los síntomas de su enfermedad. No podrá subestimar la cantidad de información que el paciente necesita; entre otras cosas, para disminuir el porcentaje demasiado elevado de los errores que siguen cometiéndose.

Agrupaciones para la seguridad promovidas por médicos y pacientes en todo el planeta apuntan a un diez por ciento de enfermedades que no son el subproducto de un desarrollo normal de los síntomas detectados en un enfermo. A veces resulta que ni unos ni otros se han lavado las manos. Otras veces ocurren hechos inesperados porque nadie entendió los famosos protocolos que los usuarios estampan con su firma sin haber entendido una sola palabra de lo que firman.

Es inconcebible que los penosos plazos de tiempo que separan un descubrimiento médico o farmacológico de su absorción celular –más de diez años, en muchas ocasiones– continúen arruinando la vida de tanta gente. Deberán simplificarse los procesos burocráticos sin que aumenten los riesgos de daños inexplorados, como los causados por efectos secundarios. Hará falta acelerar, igualmente, el proceso de interacción entre distintas fuentes de conocimiento; recurriendo cada vez más a instituciones multidisciplinares en las que colaboran pacientes, investigadores y clínicos.

Los pacientes tienen también pendiente un proceso de adaptación que siguen aplazando. Es inadmisible que no presten la atención debida al ejercicio físico y al cuidado de la dieta para preservar su salud física y mental. O que no se laven las manos a determinadas horas del día. Si no aceptan algo tan evidente y comprobado como eso, ¿cómo podrán aceptar en el futuro que el tratamiento con células vivas puede ser más necesario que el uso de fármacos?


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