viernes, 3 de abril de 2009

Francisco Cobos quien es

Entrevista: Francisco Cobos, un mecenas atípico para la ciencia española¿Quién será Francisco Cobos y por qué dedica 90.000 euros cada año a premiar a un investigador biomédico? Esta pregunta se la hacen incluso en la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y no es de extrañar, porque el gran mecenas de la investigación biomédica española es un personaje discreto y atípico, sin vinculación previa con esos investigadores a los que admira por su contribución al desarrollo social.
Creó y preside una fundación que lleva su nombre y que concede el premio científico mejor dotado económicamente de España. ¿Cuál es su vinculación con la ciencia?
-Ninguna. Mis conocimientos científicos se limitan a los que adquirí en el bachillerato y a algunas lecturas de divulgación básicamente de prensa generalista.
¿Tampoco su familia tenía contacto con este mundo?
-Mi primo era un destacado histólogo y una persona extraordinaria. Las dos becas que concede la fundación llevan su nombre.
Usted siempre tuvo la inquietud de estudiar.
-Sí, pero en las circunstancias familiares de entonces no sólo existían las económicas, sino también las sociales, y en amplios sectores ni se tomaba en consideración la posibilidad de acceder a estudios superiores. Así que opté por lo que entonces denominábamos una carrerita corta que asegurase un sueldo en breve en plazo.
Si hubiera podido elegir, ¿qué carrera habría hecho?
-Derecho. Algo de letras en todo caso. Y eso que pienso que en las divisiones históricas que se suelen hacer ahora habría que hablar de la Edad de la Ciencia.
¿Por qué?
-Vivimos en un mundo en el que la ciencia lo mueve todo. Me refiero a la ciencia en el sentido amplio, que engloba sus aplicaciones y la tecnología. Y dentro de la ciencia, los avances que más directamente perciben las personas son los biomédicos. Al fin y al cabo, la salud y la enfermedad nos afectan a todos.
Gracias a la ciencia vivimos en un mundo maravilloso, al menos los privilegiados que habitamos en los llamados países desarrollados. Mucha gente lo vive como algo natural. Deberían compararlo con lo que era hace cuatro siglos, o sólo hace tres años, y comprobar que en la base de la transformación están los conocimientos tecnológicos.
Y a pesar de confesarse hombre de letras, su carrerita corta le llevó a la ingeniería aeronáutica.
-Era lo que había. Se ingresaba a través de una oposición y esta carrera tenía la particularidad de que era militar. Muchos estábamos en el mismo caso y nos presentábamos a todas las oposiciones que salían. En realidad no me atraía ninguna de las opciones que se me presentaban. Y dentro de aeronáutica había cuatro ramas. Yo elegí la de infraestructuras, que incluía materiales.
Estaba destinado en Valladolid, y fue allí donde comenzó su carrera empresarial.
-Me hace gracia lo de la carrera. Yo consideraba mi profesión de ayudante de ingeniero como algo transitorio y mi problema era cómo dejarlo. Como conocía el tema de las vigas empecé con la fabriquita con cinco obreros. Ni siquiera teníamos hormigonera. Compraba el material de extraperlo. Era alambre usado en la cuenca minera y yo lo usaba para hacer vigas pero siempre yendo del lado de la seguridad. Registré una patente y dediqué mucho tiempo a vender vigas por los pueblos. Comercialmente la cosa era muy difícil, pero yo jugué con una baza: los monopolios tienen la pega del descontento de los clientes. Ahí abrí brecha.
¿Compatibilizaba la empresa con el trabajo?
-Era teniente y tuve que pedir la baja para dedicarme de lleno a sacar la empresa adelante.
Sería muy arriesgado, aunque contaba usted la ventaja de no tener obligaciones familiares.
-Sólo tenía la obligación de ayudar a mis padres. Después no he tenido otras.
¿Cuándo pudo cumplir su objetivo de estudiar?
-La empresa era un escalón intermedio para lograr mi objetivo. Nunca he tenido vocación empresarial, pero necesitaba esa libertad. Cuando la empresa ya estaba encarrilada, con más gente trabajando y una hormigonera, estudié Económicas.
¿Para aplicar esos conocimientos a la empresa?
-No. La empresa no me interesaba mucho. Me atraía el conocimiento en sí y la posibilidad de entender mejor la sociedad y la economía. Hice la carrera por libre y organizándome como podía para dar clases sueltas. Lo que buscaba era poder interpretar la realidad económica del país, la política...
Si no quería ser empresario ni pretendía aplicar sus estudios al negocio, ¿a qué aspiraba?
-Quería estudiar algo de economía. Creo que es un profesión que tiene muchas posibilidades para distintas actividades tanto públicas como privadas.
Eran los años del desarrollismo, que repercutieron mucho en el sector de la construcción. ¿Se benefició de ello?
-Yo seguí con las vigas y unos amigos hicieron unas modestas aportaciones como socios capitalistas e instalé otra fábrica en Sevilla. Probablemente si me hubiera metido en la construcción dedicándole tiempo, hubiera ganado mucho. Pero no me interesaba. Siempre he pensado que el dinero sólo sirve para no tener que preocuparse por las cosas que se pueden resolver con dinero.
Pero usted era un hombre de negocios.
-He hecho negocios con toda normalidad, pero no lo soy desde un punto de vista psicológico.
¿No se había planteado ser mecenas de la ciencia?
-No. Inicialmente me planteé hacer mi testamento dejando un legado a alguna fundación, pero la idea evolucionó hasta crear la mía.
¿Cómo fue esa evolución?
-Hablé con mi viejo amigo, el doctor Carlos Revilla. Me convenció de que era conveniente ponerla en marcha para estimular de algún modo las actividades científicas, lo que me pareció excelente. Quería una garantía de que en el futuro los fondos no se aplicarían con favoritismos y el CSIC me ofrecía eso y, además, el rigor científico. Revilla se puso a trabajar y se reunió con varios científicos, entre ellos con César Nombela, entonces presidente del consejo. La intervención de este último fue muy importante y determinó la orientación biomédica del premio. Revilla es vicepresidente del patronato y se ocupa de las cuestiones científicas.
¿Cuándo surgió en usted el interés o la admiración por la ciencia?
-Mi interés no surgió en un momento dado, sino paulatinamente, según fui conociendo la ciencia y el mérito de los investigadores. Hay muchas profesiones en las que lo determinante es la remuneración. Mi impresión es que para los científicos lo determinante es la valoración que haga de su trabajo la comunidad científica.
Pero el dinero nunca viene mal. Usted ofrece el premio a la investigación mejor dotado económicamente (90.000 euros) en España y dos becas.
-Creo que los ciudadanos tenemos una gran deuda con los investigadores y el premio es en lo pecuniario un pequeño pago de esa deuda.
¿Qué le debe personalmente a la medicina?
-Nada en especial, supongo que lo normal de cualquier ciudadano: vacunas, antibióticos, algunas exploraciones, etc.
La pena es que se conozca mejor al último jugador de fútbol que a los mejores investigadores españoles.
-La gente vive los logros científicos como algo natural. Sólo repara en lo que de modo inmediato y personal les afecta, sobre todo la salud, pero también eso acaba por considerarse natural y se olvidan a grandes benefactores, como Fleming. Si hicieran una encuesta muchos contestarían que es una calle de Madrid.
¿Es optimista sobre el futuro?
-Muy pesimista. El planeta se nos está quedando pequeño, la población aumenta, las materias primas se agotarán y la contaminación avanza. La ciencia está en la base de este desarrollo, y encontrará también las soluciones, pero implicarán sacrificios a los ciudadanos y si éstos no perciben el riesgo de modo inmediato a los políticos les será difícil pedir esos sacrificios.
¿Espera tener relevo en su papel de mecenas?
-En ello confío.
¿Ha sido el conocimiento su gran ambición?
-Sí, porque lo que más me atrae del hombre es el pensamiento. Arsuaga dice que el ser humano es básicamente un ser asustado y asombrado. Y para salir de esa situación nada mejor que el pensamiento, cuya culminación actualmente está en la ciencia.
La ciencia también puede asustar.
-Yo pienso que la ciencia no asusta, sino que asombra con lo que nos descubre.Difícilmente catalogableLa entrevista a Francisco Cobos surgió por la curiosidad que el propio mundillo científico sentía por la figura de este mecenas del siglo XXI y que hizo llegar a la redacción de DM. Ni siquiera los beneficiados conocen quién es y por qué decidió crear la fundación y el premio que llevan su nombre. Después de hablar con él siguen abiertas muchas incógnitas, porque es desconcertante. Nada que ver con el magnate que vive en la abundancia y decide desgravar con una fundación creando de paso un premio para que todos recuerden su nombre. Cobos reside en un pequeño apartamento rodeado de libros y le sobran el lujo o la vanidad de ver su nombre o su foto como protagonista de una entrega de premios. Cree a pies juntillas en la igualdad de la especie, pero con su galardón reconoce la excelencia, y habla como un escéptico empedernido, pero reconoce que le mueve el compromiso social. No tenía vocación militar o de experto en materiales, nunca se consideró empresario y lo de ser mecenas es una etiqueta que acepta con resignación desde que se la colocó César Nombela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

yesyukan