miércoles, 24 de marzo de 2010

Identidades comunistas en el Capitalismo 3.0


(foto: by "dolo", ruta del pozuelo, en sierra blanca, afroropa)

INTERESANTE ARTÍCULO. Queda un Poso Pesimista. Ignora la fuerza de muchas revoluciones actuales. Y la caída estrepitosa del capitalismo. Pareciera como que al perder al enemigo de siempre (al capitalismo) desde la izquierda se le quisiera resucitar, reavivar, reconstruir, rearmar. Inercias... ¿Y la revolución 2.0 en internet? Solo habla de las redes sociales. Para mí que la autora no es consciente de esta y otras revoluciones... ¿Tendrá un Blog? A ver... Cita a les anarquistes (gracias almu). Y yo les cito aquí también, para recordar lo leído en un blog de varias chavalas, que decían que el lenguaje único posible es el de la victoria. Si mostramos pesimismo en el lenguaje, es que ya (en parte) hemos sido vencidos. Lenguaje celebrativo como el de la Luce López Baralt en "un kama sutra español". Lenguaje vitalista, inclusivo, en el cual hablar de ganar o de perder ya es seguir la ruta de las dicotomías, separarlo todo en dos, nosotrxs también, cuerpo-mente dividida, y por tanto desintegrada y desintegradora allá donde valla...Salud! María!



Ayer amaneció el pueblo / desnudo y sin qué ponerse

Miguel Hernández

Un comunista nunca está solo

Louis Althusser

La vanguardia sufre las primeras embestidas del enemigo. Crear y vencer. Se necesitan ideas y armas. Contamos los muertos por miles, algunos millones. De la Commune a Octubre. El corto o largo siglo XX: hijos de Octubre. La otra historia, ajena a la educación básica, narra huelgas, barricadas, represión, torturas, penales de invierno permanente, desaparecidos, debates, ponencias, congresos, libros: amores. Aquí, entre nosotros, la guerra de España, una guerra de clases, y el rumor eterno de la derrota. El exilio y la resistencia interior. Mujeres y hombres combaten por otra vida: la propiedad y control de los medios de producción es uno de los ejes del nuevo modelo de sociedad. Frente a los condenados de la tierra, los olvidados de la tierra, se alzan muros de opresión impuestos por el capital y sus secuaces. Secuaces es palabra antigua. La explotación, desde que el mono se puso de pie para recibir medallas, también. Cambia la forma del capital (de la primera letra de cambio a los intangibles paraísos fiscales) y se transforma, panes y peces, caníbales en Wall street, en aras del beneficio y el interés. El sufrimiento (histórico, como la memoria) permanece. Por eso, y por otras razones, los comunistas, aquellos que se proclaman comunistas, perseveran en su ser. Su identidad se dice, como el ser de Aristóteles, de muchas maneras. Un quebradizo hilo rojo, delicado, nos une -cada familia tiene sus características y horarios- a lo largo de la historia. Hijos de Octubre. Cuando escucho a Léo Ferré cantando Les anarchistes, los parientes -no tan lejanos- nos juntamos en la estrecha trinchera. Sin saber el motivo, recuerdo a Vivancos, ladrón de bancos para la causa rojinegra en Argentina y pintor naif, amigo de Picasso, anarquista, fumando un pitillo de picadura, al mando de la 25ª División en Belchite y Teruel. Ni un paso atrás. Codo a codo con los comunistas. Medio metro de nieve. Murió en Córdoba, quizá en 1973. El hilo rojo, incluso bajo la tempestad, se teje con las leyendas de la lucha. Dimitrov dirige con soviética mano de hierro la Internacional. Hijos de Octubre. Octubre: el mes de las flores.

La destrucción de la realidad ha convertido la vida cotidiana en un escenario donde los personajes interpretan diferentes roles según sus capacidades y recursos. Este es el primer paso del Capitalismo 3.0. Primero, acelerando el modelo, rompieron el tejido industrial y deslocalizaron las empresas. La combativa clase obrera de origen fabril quedó reducida a escombros junto con sus sindicatos. Su potencia revolucionaria, ahora transformadora, se quebró como un cristal bombardeado por granizo. Las casas se hicieron más confortables, el poder adquisitivo creció y en pocos años, todos los salones eran iguales, iguales las cómodas y las camas, iguales las esposas y maridos, iguales los coches, hijos y los planes de enseñanza, iguales las residencias (privadas) de ancianos. El discurso se uniformó de tal manera que el bucle narrativo del capitalismo se convirtió en una serie infinita: leíamos la misma novela cien veces; veíamos la misma película cien veces; devorábamos la misma publicidad cien veces. Cada lectura, cada viaje, cada aventura (sin salir del sofá, calefacción central, gas en cada piso) nos parecía distinta oferta. Rompieron nuestra columna vertebral. Rompieron nuestra capacidad de combatir y nos quedamos clavados, paralíticos, incluso perdimos -jamás estuvimos, somos pueblo- los balnearios en Crimea. Carrillo, mientras tanto, seguía vivo. Y fumando. Larga vida al Padre de la patria.

La cohesión social, llamada conciencia de clase, voló por los aires impulsada por la modernidad. Luego vino el consumo masivo (fomentado por los bajos intereses bancarios y el ansia por adquirir propiedades) y segmentó la realidad en unidades tan pequeñas que resultaba imposible encontrar dos trozos iguales. Cada individuo era (y es) su propio mundo: su propio relato del mundo, su experiencia. Pasamos de la taberna de Zola a los psicofármacos y las redes sociales. La exaltación de la subjetividad contribuyó, con su manto de musgo e individualismo, a fijar los límites del otro. El otro ha sido transformado en competidor virtual. Competidor por el espacio físico del mundo (que no existe como tal) y el placer. El viejo precepto ubi societas, ibi ius, origen del primitivo contrato social, ha desaparecido ante la potencia arrolladora del homo consumens, el sujeto que sólo establece acuerdos de acción inmediata con la mercancía y la satisfacción permanente del deseo. La democracia ha dejado su sitio a una democracia espectacular de mercado: democracia de superficie. Semántica y sintaxis corren de la mano hasta fijar el lenguaje del nuevo modelo discursivo: democracia formal de partidos, antes facciones, equivale a capitalismo. Los comunistas recuerdan a sus semejantes (parias de la tierra, atruena la razón en marcha) que la democracia es incompatible con el capitalismo, incluso con el mercado, y son expulsados del ágora. Sus semejantes no son sus semejantes. La humanidad ha emigrado a un lugar extraño que sólo existe en los folletos de las agencias de viajes. Las verdades incómodas, nómadas, clásicas, interfieren los planes del entramado bancario, tecnológico y militar que controla la política. Nuestro entorno ya no es nuestro entorno. Sabemos quiénes somos, tenemos identidad, pero el cuerpo social no nos reconoce. Parecemos otra especie: una subespecie. Mutantes. Acabaremos en un ghetto, si no estamos instalados ya, sin saberlo. Pese a todo, comunistas. Hijos de Octubre. (Continuará)

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