jueves, 17 de septiembre de 2009

Sobre el Origen de las Universidades




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Breve reseña histórica sobre el origen de las universidades

El origen de las universidades los encontramos a lo largo del siglo XII. Tanto en París, como en Bolonia surgen asociaciones de estudiantes, universitas, con unas características similares a la de los gremios y cofradías medievales. París reflejaba sus orígenes como escuela catedralicia, al convertirse en centro de estudios filosóficos y teológicos; Bolonia, principal centro jurídico de la Europa accidental, gozó en la Italia comercial del estímulo de fuerzas sociales que impulsaban a los estudiantes a buscar una formación profesional apropiada(1). Creadas por asociaciones de estudiantes o como resultado de una acción de gobierno o de la Iglesia, las universidades irán apareciendo por toda Europa y la importancia temprana que van adquiriendo lo refleja el interés mostrado por su control y regulación por parte de los gobiernos y de la Iglesia.

En sus inicios, los estudios universitarios consistían en un primer periodo formativo tras el cual se alcanzaba la maestría en artes, lo que suponía obtener una sanción papal que le permitía enseñar en todas partes - el ius ubique docendi-. En una segunda etapa, el maestro en artes se podía incorporar a las tres carreras superiores, teología, derecho o medicina. Los avatares políticos harán que en la universidades tengan mayor peso a unos estudios, en detrimento de los otros: así, por ejemplo, en 1219, un bula papal hizo de la teología la disciplina más importante en París: Deseamos difundir el estudio de la teología con el fin de (…) rodear la fe católica de una muralla inexpugnable de guerreros. y acaba diciendo que por estas letras prohibimos la enseñanza de derecho civil en la ciudad de París y sus aledaños, bajo pena de excomunión(2). La transformación propugnada por esta bula se verá favorecida por la gran dispersión, habida tras la represión sobre la universidad de París en 1228, dado que sólo los clérigos permanecieron en la ciudad. Mientras, en Bolonia no se enseñaba Teología y la medicina se incorporó tardíamente, centrándose en la enseñanza y estudio del derecho. Esto fue posible por las características de Bolonia como ciudad-estado, que permitió a los estudiantes el tener un peso específico importante en las luchas internas de una ciudad que pugnaba por mantener su independencia del papado y del emperador.

A finales del siglo XIII Bolonia, como París, era ya una universidad bien asentada con una estructura corporativa y un plan de estudios en pleno auge. Tanto uno como otro de estos dos "studia generalia" sentaron las bases de un sólido medio institucional que contribuyó a una más amplia difusión del saber. Su ejemplo fue imitado en muchos lugares de Europa, y en el año 1300 había ya hasta veintitrés universidades funcionando: once en Italia, cinco en Francia, cuatro en España, dos el Inglaterra y una en Portugal. Un siglo más tarde otras siete fueron fundadas en Italia, cuatro en Francia, tres en España y Portugal; y en los países germánicos y eslavos, que habían empezado con más retraso, funcionaban ya obvio. La universidad estaba destinada a ser la institución educativa más importante de occidente y a dominar en los siglos venideros la educación en todos sus niveles(3).

A lo largo de su existencia, la universidad tuvo que enfrentarse a cambios, tanto en los principios básicos en que se fundamentaban las materias impartidas, como en cuanto a sus objetivos y estructura. Ya en sus inicios, los intentos de introducir a Aristóteles en las aulas, dio lugar a la denominada controversia escolástica, suscitada entre los defensores de las posturas neoplatónicas de Agustín, que veían en la razón el camino para conocer la verdad, y los aristotélicos, que entendían que de la observación se podía llegar a conocer la verdad.

La aparición del humanismo y su proyecto educativo basado en los estudios liberales - historia, filosofía moral y elocuencia, en un primer plano, seguidos de letras, gimnasia, música y dibujo, como materias recomendables- , obtuvo respuesta desde los sectores tradicionales dado que exaltaba los valores paganos y descuidaba la misión evangelizadora de la Iglesia(4). El humanismo se expandirá durante el siglo XV por Inglaterra y Alemania, gracias a un papado débil salido del concilio de Constanza (1414-17), si bien tanto Francia como España quedarán fuera de su influjo.

La revolución científica, iniciada en Europa durante los siglos XVI y XVII, encontró un foco de resistencia en la universidad, preocupada ante todo por el mantenimiento y transmisión del saber desde una posición acorde con sus orígenes escolásticos bajomedievales. Hay que pensar que en su conjunto y prácticamente hasta el siglo XIX, la universidad sirvió de freno en muchas ocasiones a la innovación científica.

En España la universidad se acopla mal a los cambios introducidos por la revolución científica. Centra sus estudios en teología y en derecho civil y canónigo, quedando los estudios médicos relegados a un segundo plano. Durante el siglo XVII tiene lugar una cierta apertura, de forma que la nueva física y la nueva matemáticas pudieron penetrar en algunas aulas, y se escriben obras importantes en los campos de la filología, farmacopea y medicina. Pero a finales de siglo, la iglesia, que veía cada vez con más recelo las novedades científicas, sitúa a la Inquisición como pieza clave en el enfrentamiento intelectual.

Las insuficiencias existentes en las instituciones universitarias llevó a la creación de organizaciones sustitutorias, nacidas de tertulias científicas. Es probable que la primera de ellas, pronto reprimida por el poder eclesiástico, fuera la "Accademia Secretoum Naturae, fundada en Nápoles con el objeto fundamental de oponerse a las doctrina aristotélicas. Las sociedades científicas más importantes fueron la Royal Society, originada en una tertulia en 1640 y reconocida oficialmente en 1660, y la Académie des Sciences, fundada en 1666. Un fenómeno análogo sucede en España donde los nuevos conocimiento penetran, a principios del siglo XVIII en pequeñas tertulias y academias privadas. Rara vez, como en la Academia Sevillana o en la de las Ciencias de Barcelona, el poder central dio su aprobación para que se erigiesen con permiso real. En todo caso, estas organizaciones iniciaron el siglo entre durísimas peleas con los partidarios de la ciencia antigua.

En España, la universidad se convirtió en un centro de resistencia ante la ciencia moderna. Así la Universidad de Salamanca se expresa en los siguientes términos ante el Consejo de Castilla (sic.): El Consejo conoce, y a todos nos son manifiestos los nombres y perniciososo errores de Hobbes, de Cumberland, de Grocio, de Pudendorf, de Leibniz, de Locke, de Robinet, de Helvecio, de Rusó, de Genuense, de Diderot, de D’Alambert y otros innumerables (…). Ni Dios permita, ni el Consejo consienta que los que en Salamanca se encarguen de esta enseñanza sigan los pasos de estos hombres arrojados(5). Con Carlos III se inicia la reforma de la universidad, de tal forma que una reforma de los planes de estudio aprobada por el Consejo de Castilla permitió que, a partir de 1770, la nueva ciencia pudiese ser introducida en las aulas. Si bien esta se introdujo como física de aparatos, dejando los aspectos teóricos, la física filosófica, en manos de las corporaciones religiosas. Dado el carácter eclesiástico de las universidades y que la discusión en ellas se centró en una competencia poco sana de distintas escuelas escolásticas, tanto la filosofía como la física estuvieron estancadas en sus formas medievales.

En el siglo XIX se configuran dos modelos de universidad, el napoleónico y el prusiano. El modelo napoleónico, de 1808, supone una universidad centralista y con un concepto de universidad estrictamente profesional: debía servir especialmente para formar la clase alta de los funcionarios públicos(11). Una aportación de la universidad napoleónica, que se mantiene en la actualidad y que para José María Bricall es la más importante(7), es el sistema de promoción por mérito que sustituye al ascenso social por privilegios especiales y que permite aprovechar las mejores calidades. En el modelo prusiano, por su parte, pese a ser una institución del estado, la universidad tenía autonomía para elegir el rector y el claustro, conceder grados académicos y crear seminarios de investigación. En ella la investigación pasó a formar parte en condición necesaria para el acceso a la carrera universitaria y en un aspecto que tenían que desempeñar los profesores. La universidad prusiana es en definitiva una universidad valorada en el continente europeo por la libertad para aprender y enseñar, tan opuesta al centralismo napoleónico(8). El modelo prusiano se extendió progresivamente por Europa, incluida Francia, síntoma de la preferencia dada a la investigación científica respecto a la formación de funcionarios y profesionales.

Desde principios del siglo XIX se intenta organizar la universidad española al estilo napoleónico. En 1845, el Plan Pidal establece las titulaciones de Bachiller, Licenciado y Doctor en Ciencias, y crea los institutos de segunda enseñanza, con la opción de hacer Ciencias o Letras, donde se daba una formación preparatoria para las Facultades Mayores. En estos institutos se impartían las enseñanzas de la Facultad de Filosofía, y era en ellos donde se enseñaba la física

En 1857 la ley Moyano crea, por fin, la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, lo que supone el comienzo del estudio de la física como un fin en sí mismo. La ciencia moderna entra en las aulas universitarias; rápidamente se modifica la enseñanza de las ciencias y su control. Las cátedras adquieren el nombre de disciplinas modernas y su enseñanza se consagra a la lección magistral(9) . Se pasa de comprender al clásico a memorizar un manual. Si antes se hacía uso de los grados para comprobar la aplicación del estudiante, ahora se realizan exámenes orales o escritos, siendo esta una novedad importante. Asimismo se introduce la enseñanza práctica, esencial para la enseñanza de la ciencia moderna. El sistema educativo español ha mantenido hasta fechas muy recientes, con la promulgación de la Ley de Reforma Universitaria (L.R.U.), la estructura adquirida con la ley Moyano.

Realmente estas novedades sirvieron para difundir la ciencia moderna (…) pero no sirvieron para que la universidad se convirtiera en un lugar de creación científica… Es cierto que el dinero se invirtió más en gastos docentes, frente a los gastos académicos y religiosos de la universidad anterior, pero en ningún momento en las reformas liberales se trató el tema de la investigación en la universidad -costumbre que ha llegado hasta la reciente L.R.U.- (10). Sólo durante la primera república, el Plan Chao -de Eduardo Chao, ministro de Fomento en 1873- intentó una aproximación al modelo prusiano, pero sucesivos retrasos en su aplicación y la restauración monárquica acabaron por enterrarlo.



(1) James Bowen, Historia de la educación accidental, Tomo II, La civilización de Europa, Siglos VI a XVI, Ed. Herder, Barcelona, 1979, pág156-198
(2) James Bowen, Op. Cit, pág 177
(3) James Bowen, Op. Cit, pág. 196
(4) James Bowen, Op. Cit, pág. 293-303.
(5) Extracto de una comunicación al Consejo de Castilla por parte de la Universidad ed Salamanca a fines del s. XVIII, extraíado de la obra citada de José Luis Peset, pág. 18
(6) Antonio Moreno González De la física como medio a la física como fin, en Ciencia y sociedad en España, José manuel Sánchez Ron ed., Ediciones el arquero, 1988 ., pág 53
(7) Josep Mª Bricall Masip, La universidad al final del milenio, Conferencia Los objetivos de la universidad ante el nuevo siglo, Universidad de Salamanca, Salamanca, noviembre, 1997.
(8) Antonio Moreno González Op. Cit., pág 64
(9) Jose Luis Peset, Educación y ciencia en el antíguo régimen , en Ciencia y sociedad en España, José manuel Sánchez Ron ed., Ediciones el arquero, 1988, pág 16-25
(10) Jose Luis Peset, Op. Cit., pág 23

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