¿Hace ruido un árbol que se cae en un bosque solitario?
El surgimiento de “algo” a partir de la “nada” —el big bang de hace 13.500 millones de años— y el surgimiento de la vida a partir de ese “algo” —el bio bang, 10.000 millones de años después— son dos eventos instantáneos que todavía no tienen explicaciones concluyentes. Dejando de lado los cómos, los porqués y los cuándos, los investigadores (al igual que los profetas) sí están de acuerdo en el orden de ocurrencia: Primero hubo física y después hubo biología. Ahora un científico norteamericano, el doctor Robert Lanza, director ejecutivo de una empresa de biotecnología, propone una teoría, que él ha denominadobiocentrismo (o universo biocéntrico) y que va en contravía de la secuencia comúnmente aceptada. De acuerdo con su propuesta, “es la biología la que crea eluniverso y las teorías físicas actuales nunca funcionarán si no tienen en cuenta la vida y la consciencia”. El biocentrismo es una hipótesis imaginativa y, por supuesto, controversial. Sin embargo, dada la imposibilidad de someterla a los rigores del método científico, es improbable que la teoría del universo biocéntrico alcance un nivel elevado de aceptación en el mundo académico. Los conceptos que están detrás de la teoría son valederos y reconocidos pero a la cadena le faltan eslabones para llegar a una conclusión definitiva. El punto de arranque se encuentra en el binomio sensaciones-percepciones. Las sensaciones son los estímulos que reciben los receptores sensoriales para transmitirlos al cerebro; las percepciones son el proceso de interpretación que el cerebro hace de tales estímulos. La interdependencia inherente y la dicotomía extrema que lo caracterizan hacen de este binomio una especie de dueto musical cuyos cantantes nunca pueden actuar separados. Aunque ignorante absoluto de la neurología, pensadores tan antiguos como Siddhattha Gotama, el Buda, reconocieron las simultáneas unidad y dualidad de estas dos funciones. Para Siddhattha Gotama la actividad mental depende tanto de los órganos de los sentidos (ojos, oídos, nariz…) como de sus correspondientes objetos (formas visibles, sonidos, olores…). Al final de cuentas, sin embargo, según el mismo Buda, “la mente precede todos los fenómenos, controla todos los fenómenos, crea todos los fenómenos”. Veintidós siglos después, también mucho antes de la neurología, el filósofo irlandés George Berkeley puntualiza que “lo único que nosotros podemos percibir son nuestras propias percepciones”. Y más recientemente, ya con las herramientas apropiadas de la ciencia, el médico colombiano Rodolfo Llinás establece que “en el mundo externo no hay sonidos, ni olores, ni colores. Allá afuera no existen amarillos, ni rojos, ni azules, como los percibimos y apreciamos, sino ciertas frecuencias que traducimos a policromías”. Robert Lanza, ahora en el siglo XXI, extrapola liberalmente el predominio de las percepciones cerebrales sobre las sensaciones “corporales” y concluye que “la consciencia es la matriz sobre la cual el cosmos es aprehendido y comprendido. Los colores, los sonidos, la temperatura, las distancias… existen solo como percepciones en nuestra cabeza, no como esencias absolutas”. Las ciencias cognitivas no son el único apoyo del inquieto científico a su novedosa teoría. Robert Lanza combina nuestra incertidumbre acerca de lo que hay allá afuera —la disparidad entre sensaciones y percepciones— con la incertidumbre del principio de Heisenberg. De acuerdo con la mecánica cuántica, la simple observación de una partícula subatómica afecta la posición o la velocidad de la misma, enturbiándonos aún más cualquier aproximación que pudiéramos tener a la realidad del mundo exterior. Aquí, de nuevo y también como soporte de la hipótesis biocéntrica, la biología “viva” del observador afecta directamente la física “inerte” de lo observado. “La respuesta al universo es la biología”, concluye Robert Lanza, y, por lo tanto, “las leyes del universo fueron creadas para producir el observador”. Con mucho ingenio, juzgo yo, el biotecnólogo se apoya en algo paradójico para respaldar algo contradictorio a la razón convencional. El biocentrismo provee provocativa sustancia para plantear preguntas incontestables. ¿Existiría el universo material si no hubiera entes vivos que habitaran en él o seres inteligentes que tuvieran consciencia del “allá afuera”? El suscrito va con la corriente y considera que el universo “físico”, lo observable, precedió en el tiempo al universo “mental”, el observador. La molécula de ADN siguió a moléculas más sencillas y éstas, a su vez, a átomos elementales. (Hay que anotar a favor del biocentrismo que, siendo también el tiempo una creación de la mente —otro arreglo del cerebro—, los términos “precedencia” y “sucesión” pierden significado). Pero esta es solo mi opinión. El ejercicio da para que cada cual se entretenga con la hipótesis desde su perspectiva. Si usted encuentra la pregunta demasiado ardua, reemplácela y diviértase entonces con otra menos trascendente: “¿Habría sonido alguno si un árbol se cayera en un bosque solitario?” La respuesta depende de las definiciones: No, si “sonido” es la sensación producida en el oído por el movimiento del aire; sí, si “sonido” es la vibración mecánica transmitida por un medio elástico. (¿Y si es sordo el que está en el bosque y, al ver la caída, se imagina el ruido?) Podríamos divagar indefinidamente… Hasta cuando se nos agote la paciencia (definición ésta que conozco con certeza) o el tiempo (de cuyo significado ahora ya no estoy tan seguro).
Gustavo Estrada Autor de HACIA EL BUDA DESDE EL OCCIDENTE y LA RIQUEZA DE LA INFORMACIÓN
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